Tal vez aquel día de 2019, cuando me di cuenta—con lágrimas en los ojos—de que tenía que cambiar de carrera y no cumplir mi sueño de ser diseñadora de modas, la vida me estaba dando una lección que no iba a entender hasta seis años después. Hoy son seis años después.
Ese día, al dejar ir mi sueño de graduarme como diseñadora de modas, sin darme cuenta, tomé una decisión inteligente para mi vida a largo plazo. Si yo quería obtener un título universitario, tenía que tomar una decisión. Era dejar atrás mi mayor deseo y seguir adelante con otra buena opción, una alcanzable.
Hoy, años después, me encuentro en una situación similar. La vida me devuelve esa sensación que mezcla la desesperación con la necesidad de tomar una decisión. Y aunque la desesperación y la toma de decisiones no sean una buena combinación, se presentan juntas.
Para una persona que siempre va hacia adelante, que no ve nada imposible y realmente cree que todo se puede lograr, el enemigo es lo alcanzable o lo realista. Porque lo realista, como lo veo, en algunas ocasiones se traduce en conformismo. Si es muy difícil, hay que ser realistas. Si es muy complicado, hay que ser realistas. Pero entonces, ¿ser realista de alguna manera es dejar de intentarlo hasta lograrlo? Para mí, eso va en contra de mi naturaleza. Yo hago que las cosas sucedan.
La desventaja de ser una persona que siempre va hacia adelante, que no ve nada imposible y realmente cree que todo se puede lograr, es que el alma se destroza cuando no logras lo que te propones. Mucho más cuando se trata de metas importantes, esas que realmente deseas para ti. Y hoy es uno de esos días en los que alguien como yo siente que su alma se destroza, porque tiene que dejar de ser “Ms. Nothing-is-impossible” y ser realista. Dejar atrás una meta importante para alcanzar otra buena opción.
Y apenas—como suele hacerlo la vida, con su sentido del humor—seis años después, me doy cuenta de que este mismo momento lo viví en 2019. Solo que, en aquel entonces, no sabía que estaba aprendiendo a tomar una decisión inteligente para mí. No duele tomar una buena decisión, sino apagar un sueño.
Lo bueno de esta situación es que comprendes que un sueño se apaga, pero no muere. Se puede volver a encender. Especialmente cuando no se trata de algo de vida o muerte, ni de una oportunidad de una vez.
Así que, hoy por hoy, tomamos la decisión inteligente dejando atrás un sueño. No lo dejamos morir, porque alguien como yo jamás haría eso, como creen. Solo que, por obra del universo, de Dios, o de los tiempos de esta vida, se atrasa un poco más. Y mientras un sueño se pospone, avanzamos en otro, lo mejoramos y lo convertimos en el puente que nos llevará, eventualmente, a encender ese deseo otra vez.
Xoxo, Stella.
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